Ayer firmaba con la izquierda sus primeras resoluciones que ponían fin a los juicios en Guantánamo hasta nueva orden, o paralizaba las medidas para desmarcarse del caos del rancho tejano
Todos han hablado del icono que significa Obama para la democracia: El primer negro, afroamericano, que se convierte en Presidente de la Nación más poderosa y relevante para la defensa de los derechos universales del individuo, pese a que durante los últimos ocho años EE.UU. pareciera renunciar a tan pesado liderazgo. Obama es como San Martín de Porres. A él nos encomendamos como esperanza para sortear nuestras debilidades. Obama tiene el porte de esos aleros negros de la NBA que juegan con la elegancia y la humildad de los blancos en un juego para supervivientes de la esclavitud, donde la fuerza muscular atemorizaba como el terror preventivo que aplicó un marine de la admisnistración Bush al mundo infiel.
Para quienes nos hicimos adolescentes con las madrugadas en las que Ramon Trecet nos acercaba el sueño americano con la NBA en televisión, Obama es como esos aleros finos –Dale Ellis, Byron Scott, Wendell Alexis- que desde una esquina anónima y silenciosa cosechaban puntos, menos estridentes, para llevar a los Lakers o a los Supersonics o al Madrid a la victoria. Tenían una zurda en suspensión que acallaba los bloqueos violentos por la fuerza, los mates macarras que acongojaban al contrario y la chulería burlesca de los “niños bien” del sur tejano que se metían a bases inteligentes en el basket porque habían fracasado como quaterbacks en el fútbol americano, que es el primer ensayo estratégico para la guerra.
Pero Obama es zurdo: “Chovo” diría mi padre, que es de barrio -como Obama- pero no es negro, sólo agitanado. Cuando ayer firmaba con la izquierda sus primeras resoluciones que ponían fin a los juicios en Guantánamo hasta nueva orden, o paralizaba las medidas urgentes para desmarcarse del caos que esa administración de rancho tejano nos ha legado a la humanidad, su sonrisa blanca de zurdo cerrado me remontaba a las madrugadas en las que el triple valor de las canastas de aquellos aleros nos enseñaba que el trabajo constante evita el choque con el contrario y anota para el equipo.
La izquierda descoloca al contrario en el deporte. Lo hace Messi, capaz de sortear tacos de aluminio y botas embarradas que buscan su rodilla antes que el balón. Lo hace Robben en sus siseos por la banda que cualquier día terminan con su carrera. Hasta Nadal disfraza su tendencia diestra con una zurda poderosa que va ganando el centro, bola a bola, hasta arrinconar al contrario por su falta de respuesta.
Los zurdos, los raros, terminan por aferrarse a su rareza como un plus para la confianza. Como el negro al que no aceptaban en la élite, al niño de barrio en la escuela o al emigrante en Madrid o Cataluña. “Hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia”, dijo Obama: “Todos somos iguales, somos libres y nos merecemos una oportunidad”, repitió.
Posiblemente, sólo quede en un instante brillante y efímero, como esas madrugadas con Trecet dando voces donde uno era tan feliz… y con doscientas pesetas en el bolsillo. Aún creo en el ser humano, zurdo o diestro. Obama me lo ha devuelto por un instante.
Diario HOY. 23 de enero de 2009
Libro: “Hojas de Hierba”. Autor: Walt Whitman. Alianza Editorial.1969. 272 pags.
Estos son en verdad los pensamientos
de todos los hombres en todas las
épocas y naciones, no son originales míos,
si no son tuyos tanto como míos,
nada o casi nada son,
si no son el enigma y la solución del enigma,
nada son.
Esta es la hierba que crece
dondequiera que haya tierra y agua,
este es el aire común que baña el globo.
Libro: “Al pie de la escalera”. Autora: Lorrie Moore. Edit. Seix Barral, 2009. 384 pags. 19 €.
Sitio recomendado: United Center, cancha de los Chicago Bulls NBA
Sitio recomendado: White House (Casa Blanca) residencia del Presidente de los EE.UU.