Me quedo con Semprún, intelectual que vio en Europa el antídoto a los egoísmos, quien nos trajo un museo para Dalí y otro para los Thyssen
Dos judíos americanos de filiación germánica entraron el 11 de abril de 1945 para liberar el campo de concentración de Buchenwald. Allí estaba Jorge Semprún. Deseado o no, la vida de Semprún fue para Europa como la de Forrest Gump en los EE.UU: siempre estuvo allí. En su caso, nunca por casualidad sino por compromiso ideológico pero la historia del siglo XX pasó por sus ojos y su pluma hasta en guiones de cine con Alain Resnais o Costa Gavras. Nieto de Antonio Maura e hijo de un gobernador civil y diplomático republicano; exiliado y resistente al nazismo, deportado por la Gestapo; militante del PCE y expulsado después por sus críticas, luchó contra el totalitarismo que reconocía desde que Hitler y Stalin sellaron el Pacto de Munich; afrancesado en España y “rojo” en París; aceptó el ministerio de Cultura en 1988, sucediendo a Javier Solana, y contribuyó así a enterrar el rencor entre las dos Españas. Recuerda Felipe González, entonces Presidente del Gobierno, que, pese a esa tradición republicana, fue el único ministro que solicitó audiencia con S.M. el Rey D. Juan Carlos para comunicarle antes que a nadie su cese, tres años después: “Llevaría en el ADN ser nieto de Maura, primer ministro con Alfonso XIII”, ironizó Felipe.
Es lo que tiene el ADN, que siempre revela información. Para el aspirante impaciente de la derecha en Extremadura, algunos llevan en el suyo “ocultar facturas”. Desde Arzallus no se habían retratado mejor. Y eso que -pese a que sus pactos locales con unos y otros dejarán en agua de borrajas esa cantinela de que gobierne la lista más votada- esta derecha ridiculiza que algunas familias cotejen sus señas genéticas para poder enterrar a sus muertos: “Se tiran todo el verano desenterrando huesecitos con dinero público” llegó a afirmar un dirigente del PP extremeño el pasado verano. Hoy, apelan al ADN como el determinismo que combatió Semprún en Buchenwald y enmascaran los “huesecitos” con las bilis que sólo el rencor puede activar.
Me quedo con Semprún. Con el intelectual que siempre vio en Europa el antídoto a los egoísmos. Con quien trajo a España un Museo para Dalí y otro para la colección Thyssen, ese prusiano casado con Carmen Cervera y heredero del otro pasado. Quien nos encargó mantener la memoria europea de la resistencia y el sufrimiento, comenzando por la judía, y ese olor a carne quemada que se impregnó para siempre en su memoria. Quien, esquilmado por unos y otros, regresó un día al campo de exterminio, convertido en museo del país de nunca jamás, y exclamó sin rencor alguno: “Estos alemanes son increíbles”. Me quedo con el relato sobre sus días del preso español 44.904 en Buchewald porque con aquella cifra grabaron en su ADN que sólo en el heroísmo de la razón una persona salva su alma y, de paso, la de la misma Europa. Descanse en paz y nos invite hoy su testimonio de vida a reflexionar. Si estos son tiempos revueltos, imaginen estar marcado de por vida con el Spanier 44.904 en tu piel impregnada con el veneno del rencor. Y llegar a morir en paz, empezando por uno mismo.
Diario HOY, 11 de junio de 2011
Libro: “La escritura o la vida”. Autor: Jorge Semprún. Editorial Tusquets. Barcelona, 1997. 330 pags.
Sitio recomendado: París. Francia