Artículo relacionado: “La Caspa”. Tribuna de Opinión en el Diario HOY. 9 octubre de 2007.
Generalmente, se piensa que la caspa es un problema capilar porque, en gran medida, la manifestación física de esta enfermedad se da en el cabello. Sin embargo, tanto sus causas como sus síntomas se presentan en la piel que recubre el cráneo.
La caspa es un proceso natural de eliminación de células muertas como resultado de un metabolismo acelerado. Se caracteriza por la presencia de partículas blancas o amarillentas que algunos médicos denominan ‘escamas’ y su presencia provoca una gran proliferación de microorganismos a su alrededor. Según un estudio del Cecil Texbook of Medicine, la Pytyriasis Simplex o Furfuracea es una de las dieciocho enfermedades dermatológicas más comunes y la tercera que afecta a mayor proporción de ciudadanos.
Cuando comienza no es visible fácilmente. Empieza a notarse cuando las escamas son más grandes, por la acción de las bacterias o por problemas de exceso de sebo. Entonces, despierta una molesta picazón en la cabeza. Y si uno se rasca, la infección se expande rápidamente y, con ella, ese molesto picor. Lo único que se consigue es enrojecer e irritar la zona afectada. Y rascarse, hasta quebrar la piel, puede aumentar el riesgo de infecciones, especialmente de estreptococos, muy proclives a introducirse en la cabeza por esas rendijas.
Existen dos tipos de caspa: la seca y la grasosa. La primera se caracteriza por la presencia de escamas finas, más común entre los jóvenes y aunque se elimina más fácilmente, reaparece con la misma rapidez. La grasosa responde a una alta producción sebácea bien por condiciones naturales de cada persona, o bien por la contaminación, por el cansancio o la fatiga, el parkinson, problemas digestivos, los cambios de estación o el uso de algún aerosol o gel fijador que pretenden mantener inmóvil el peinado pero que, a la larga, cuando el cabello se seca -como es natural- redobla la aparición de partículas blancas en chaquetas y chalecos.
Casi todos los estudios coinciden en que la aparición de la caspa obedece a dos condiciones obligadas: a la existencia de cambios hormonales que obligan a un cambio de piel inusualmente veloz, y al calor. Cuando el hongo Malassezia Furfur metaboliza la grasa humana y crece demasiado rápido, esa renovación natural de las células resulta afectada y aparece la picazón. Pero es necesario que tenga sus condiciones de calor y sus nutrientes para que genere esa piel muerta y que sea de un tamaño tan grande.
Badajoz es hoy un púber con bozo bajo las narices tras un par de décadas de desarrollo en democracia, creciendo cada día por las fiebres que sus ciudadanos le provocan con cada proyecto público o privado y está a punto de tallarse casi en Portugal. Ya sabe vestirse con ropas modernas; buscar su identidad en la familia que es Extremadura y España; resaltar ese color de ojos o esos labios a los que, en su infancia democrática, no tomaba en consideración porque había otras prioridades a las que atender; y su futuro, como el de la mayoría de los jóvenes que inician una nueva vida, es esperanzador.
Cada sábado de mi niñez, luego de habernos bañado, los tres hermanos en fila debíamos pasar por el suplicio de la peina de mamá. Una peineta cuadrada, con cien púas largas y estrechísimas, comprimidas entre sí, que mi madre usaba para escudriñarnos, por si habíamos invitado a algún piojo o liendre a casa tras la semana escolar. Después de años repitiendo la liturgia, una mañana le dijo a mi padre: «Ya es un hombre. Mira cómo está la peina de caspa». A partir de ese día, jamás volví a compartir ceremonia con mis hermanos, más pequeños, y estuve un mes lavándome el pelo con vinagre de sidra.
Afortunadamente, las partículas de caspa sólo son desagradables estéticamente y ésta es la principal razón para tratarla. Únicamente porque pueden causar problemas sociales o, sicológicamente, de autoestima. Cuando alcanzas el desarrollo y eres consciente de tus potencialidades -como le ocurre hoy por primera vez a una ciudad en paz consigo misma, sin añorar su tradición bélica y de atávico conflicto con quien debe ser hoy su principal socio, más ciudad y con más ciudadanos extramuros que intramuros, sin envidiar ni en ropas ni en aderezos a ninguna otra- es cuando más te molesta la aparición de caspa. Sobre todo por el tiempo y los recursos que debes perder cuando tienes tantas cosas por hacer, tantas miradas que seducir y tantos centímetros, todavía, por crecer.
No se trata de un cáncer. Ni de una deficiencia congénita. Porque esas enfermedades (las que afectan a la vivienda, a la sanidad, a la educación, a los saneamientos, a los equipamientos públicos y a la iniciativa privada en el cuerpo de una ciudad) comenzaron a contrarrestarse con eficaces vacunas a partir de la primera década de infancia democrática. Cuando el hongo Malassezia Furfur no encontraba grasa suficiente que metabolizar.
Quizás, todo sea tan simple como la vida. Y la caspa no tenga más importancia que esa molestia estética ante los demás, justo cuando quieres presumir de ropas cosmopolitas, a la moda del nuevo siglo. Sólo es necesario combatirla con vinagre de sidra. O con sal. O limón. O con champús bajos en ácidos, que ya los hay en el mercado. O inscribirse en alguna excursión fuera de nuestra tierra donde variar la dieta y comer sardinas, ostras o salmón, ricos en zinc y sulfuro de selenio: «Un individuo puede encontrar que, alternando entre diferentes tratamientos, sea más efectivo que apegándose a un régimen único, que puede volverse menos efectivo con el paso del tiempo», me dijo el médico cuando, cíclicamente, como un proceso natural y recomendable de renovación, a mí también me apareció la caspa y tuve que eliminarla.
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